No queda claro hacia dónde va la política exterior del Perú. Una cosa es la preocupación del corto plazo –especialmente lo relacionado con el proceso de La Haya sobre la delimitación de la frontera marítima con Chile- y otra cuáles son los objetivos del Estado Peruano en cuanto a su relación con los países del mundo y, sobre todo, con los de nuestra propia región.
Somos miembros y partícipes en múltiples foros internacionales de interacción e integración. Desde ALADI, Mercosur, Comunidad Andina de Naciones, UNASUR, SELA, CELAC y el grupo del Arco del Pacífico, a nivel regional, vamos hasta APEC y diversos foros de interacción con la zona del Asia-Pacífico. Por otro lado, tenemos acuerdos de libre comercio con los principales países que conforman el mercado internacional como Estados Unidos, la Comunidad Europea, Canadá y China, entre otros. Muchos de estos son vehículos para facilitar el ingreso de las mercaderías y servicios producidos por empresas radicadas en el Perú a sus mercados, otros establecen diversas modalidades de interacción y posicionamiento político.
En la región hay diversas tendencias de posicionamiento internacional. Un eje tiene por objetivo integrarse al mundo y utilizar las oportunidades que se presentan para potenciar su desarrollo a largo plazo. Otro prefiere retraerse de esta inserción, que ve dominada por intereses ajenos al suyo y busca crear más mecanismos de integración política que económica. Un tercer grupo busca combinar las dos opciones haciendo un balance entre sus instrumentos.
En las tres últimas décadas, el Perú ha sido fundamentalmente partícipe de la primera visión, es decir, de la integración a un mercado mundial que, en la mayor parte del tiempo, ha tenido un crecimiento dinámico. La actual crisis internacional que afecta el mercado de varios socios importantes está teniendo su impacto, aunque mediatizado gracias a políticas macroeconómicas acertadas.
Mirando a un plazo más largo, el Perú enfrenta definiciones complejas. Tenemos claramente una relación de creciente relevancia tanto con Brasil como con China. Ambos son miembros del grupo denominado BRIC y son potencias intermedias, pero con mayor presencia internacional. Con ambos hay grandes oportunidades de colaboración, tanto en comercio como en inversión, pero también hay grandes retos de evitar vernos envueltos en políticas que no necesariamente están acordes con los intereses del país. Igual dilema tenemos con la asociación con la Comunidad Andina de Naciones y el Mercosur. Ninguno de los dos procesos de integración muestra deseos de apertura y dinamismo, más bien los países miembros violan sus propias reglas como y cuando les da la gana. Con México, Colombia y Chile hemos suscrito una alianza incipiente, somos miembros de UNASUR, pero sin mucho entusiasmo. Estados Unidos sigue siendo referente para muchos temas, como el de las drogas, mientras que la Unión Europea le pone más énfasis a los derechos humanos y a temas ambientales. En todos los casos, el contexto de las relaciones define flujos no solo de mercaderías y servicios sino de financiamiento e inversión directa.
Para definir una estrategia integral de largo plazo, se requiere contar con una capacidad analítica nacional, ya sea en el sector público, en el mundo académico o en “think tanks” especializados. Lamentablemente, son pocos los intelectuales que destacan por sus trabajos, en cualquier lugar donde se mire. La Cancillería peruana, que debería incentivar y liderar un proceso de diálogo permanente, brilla por su ausencia. Si tienen trabajos de fondo, los tienen bien escondidos y sin revisión por pares nacionales. Es hora de invertir en desarrollar capacidades y plantear propuestas sujetas a discusión a fondo. Frente a las grandes decisiones, la improvisación es la receta del fracaso. No nos quejemos en el futuro de que estamos en desventaja en la interacción internacional o en las negociaciones bilaterales, si es que hoy no actuamos a tiempo.

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